Venezuela: el país donde todos se quejan en el momento menos oportuno

Por: Sara Pacheco

7:12 de la mañana. Metro de Valencia. El ambiente era como siempre, paranoico. El temor de llegar tarde porque el día que se decidió utilizar este medio de transporte público, y por obra de Dios o de algún ingeniero no muy diestro en su oficio, no funcione, está en cada uno de los usuarios que no bachaquea como profesión. El segundo miedo que se presenta en el día, es a los carteristas. No importa cuál estación se usa, si es hombre, mujer o niño, si se usa la ropa más desgastada para intentar camuflar las pocas pertenencias que aún se pueden obtener con el poder adquisitivo tan bajo con el que nos desenvolvemos los venezolanos. Todos pueden ser víctimas del descuido.

7:15 de la mañana. Pasó el primer tren. Hay una muchacha de cabellos rulos y lentes junto a quien parece ser su padre en la primera fila. De lejos el primer vagón se nota atestado de pasajeros. Entrar es un don, que solo mejora con la práctica y veneración de algún santo. La desesperación se nota en los que van tarde. La muchacha y su pariente se apartan a penas se abren las puertas. Notan que no van a entrar. No hay espacio ni para un niño, sin embargo, al menos siete personas se abrieron paso, se unieron en un solo cuerpo y corazón con el de frente y practican el ejercicio de los que van en la puerta: meter la barriga hasta que el operador se canse de decir “no obstaculize las puertas”.

trasnporte-venezuela Foto: Saúl Zerpa

7:22 de la mañana. Pasó el segundo tren. Nunca antes el metro había sido tan diligente. ¿Dos vagones en menos de 10 minutos? Apoteósico. Se abren las puertas, misma rutina. A la muchacha de cabellos rulos la pisan alrededor de tres hombres con botas de seguridad. Se encargó de recordarles a sus madres en ese día tan dificil con el transporte público. La jugada era clara. En promedio cinco personas se bajaban del vagón, momento oportuno para lanzarse cual Michael Phelps en piscina de natación sobre la multitud que quedaba en la puerta. El padre era optimista “el próximo viene vacío”. Lo mismo dijo en los anteriores y en los dos siguientes que también perdieron.

7:58 de la mañana. Llegó uno con espacio. Todos los que esperaban en la estación lograron subirse al tren. “Que suerte”, reían unas estudiantes. Pero todos sabían que esto no era victoria. Falta la segunda parte del día, el peor temor de los transeúntes valencianos, la razón de las úlceras de muchos abuelos: las camioneticas.

El martes 16 de agosto fue un día post-paro. Según Adolfo Alfonso, Secretario único del transporte público en Carabobo, el lunes el paro de autobuses se cumplió en 90%, al parecer esa cifra no incluyó a los tíos conejo, los vivos.

Transporte_venezuela_saul_zerpa Foto: Saúl Zerpa

Autobuses sin cartel, viajaban de un municipio a otro por 50 bolívares. Otros a 100. Ninguno legal. Aun así estaban a reventar. Las personas solo pensaban en llegar al trabajo, pero, de verdad la vida del venezolano se va en pensar en el presente y no analizar por un instante el futuro. Las quejas son nuestra bandera. ¿Cómo no? si nada sirve. Pero por qué no quejarse ante quien tiene la culpa del desastre. Nadie le dijo al señor tras el volante ¿por qué no se llevan los autobuses a la sede del Ministerio de Transporte y exigen su aumento allá? No, lo más fácil es hacer un desastre con los usuarios.

La tarifa interurbana se implementó hace poco tiempo. Viene directamente del Ministerio por Gaceta Oficial. Contemplaba 44 bolívares de un municipio a otro, para ellos las monedas de un bolívar no existen tampoco los modales, a veces siquiera los billetes de cinco. De noche, dejaban de ver los números en billetes de 10 y 20, lo que se transformaba rápidamente en 100, pero nadie se queja.Al menos no con ellos, los que cometen la infracción. Es mejor quejarse con la familia en un cumpleaños, cuando el elixir de Lorenzo Mendoza hace estragos en la mente y elimina el filtro hacía la boca.

DSC_0095Foto: Saúl Zerpa

 

Los rapiditos resolvieron. Camiones que rápidamente idearon hasta terminales y fiscales en diferentes paradas. Los fiscales populares/malandros fuera de las estaciones del metro daban órdenes a los conductores “hasta Naguanagua 100 bolos”, y mostraban los dos dientes que quedan entre sarro y manchas con complicidad a Inspectores y funcionarios de la policía. Los “oficiales”.

 

La muchacha de pelo rulo llegó 30 minutos tarde a su trabajo. Sin dinero para regresar a su casa. Y con el mal sabor de haber sido robada sin pistola por un “colector” que no llega a los 20 años, pero que habla como un Pedro Navaja que cambió el sombrero por una gorra “naik”.

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