COLOR CON SABOR A COCUY

Por: Sara Pacheco

Cada 28 de diciembre, Sanare celebra la fiesta de La Zaragoza.

La vida se pasa en búsqueda de aventuras que rompan la monotonía. Despertar, vestirse, comer, el tráfico, trabajar, comer de nuevo, seguir trabajando, nuevamente tráfico, comer por tercera vez, dormir para comenzar de nuevo. A veces quince días al año se transforman en un escape para la clase trabajadora. Quienes tienen la posibilidad, recorren el mundo para admirar nuevas culturas sin conocer que en Venezuela existen fiestas tan singulares y llamativas que merecen ser celebradas.

Sanare es un pequeño pueblo ubicado en el estado Lara a 1.354 metros sobre el nivel del mar. El 28 de diciembre de cada año, la población despierta a las tres de la mañana. A esta hora empieza el bochinche, acompañado, claro está, del famoso Cocuy de Penca o un cafecito bien cargado para los más conservadores.

El día de los santos inocentes, tiene una connotación especial, pues se realiza en el marco de la fiesta de La Zaragoza. Más de 800 personas, inscritas en el ayuntamiento, prepararon todo el año atuendos típicos llenos de color, que recuerdan la matanza ordenada por el Rey Herodes a todos los infantes menores de dos años. Intentó acabar con el nuevo mesías que nacería en Belén y le arrebataría su liderazgo.

La mayoría son hombres disfrazados de mujeres. Se hacen llamar Lokainas. Historiadores del estado y la fiesta, aseguraron que no se tiene una fecha exacta del inicio de la festividad, tampoco se conoce con exactitud por qué adoptó el nombre de «La Zaragoza». Se presume que se debe al famoso tamunangue.

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Fotografía: Saúl Zerpa

LA EXPERIENCIA

Tres turistas valencianos se embarcaron en el viaje. Dos con cámaras alrededor del cuello —Un conocido aconsejó este implemento, pues las lokainas no se meten con los fotógrafos—. El inicio del recorrido fue una explosión para la vista de los foráneos. Telas de múltiples colores danzaban en el cuerpo de los residentes, acompañados del sonido de campanillas dispuestas en las puntas de cada retazo.

El rito es simple. Las lokainas se acercan a los turistas, abrazándolos hasta conseguir una propina. Ninguno emite una palabra. Se acercan transmitiendo sonidos que salen de la garganta. A los más jóvenes no los sueltan hasta que desembolsen cinco o 10 bolívares.

La misa en honor a los santos se realiza muy temprano. La iglesia del pueblo alberga creyentes que deben escuchar la palabra de pie, debido al gran número de personas. Luego, todos los participantes disfrazados se aglomeran frente a la plaza, en un acto de reconocimiento donde posteriormente salen de nuevo a las calles.

Los habitantes comercializan los símbolos de la fiesta. Desde licores con sabor a Rosa o Mora, hasta calendarios que enmarcan el recuerdo de la fiesta. Personas de todo el país visitan Sanare, para llevarse el recuerdo de una de las fiestas más coloridas. Aún hace falta una mano organizadora que ayude a quienes con las uñas preparan la casa para las visitas. La seguridad, por ejemplo, está garantizada desde la entrada de Quibor.

La Zaragoza romperá definitivamente con la monotonía citadina. Los sanarenses darán la bienvenida a quienes quieran descubrir un poco más acerca de la historia de las lokainas. En Venezuela lo que sobra es espacio por conocer.

Fotografía: Saúl Zerpa

Este trabajo fue publicado en Revista Cronopio

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